Creo que la visión o revisión moralista de nuestro sistema de vida referido muchas veces en la Biblia no debería tomarse a la ligera, por cuanto la moral es un conjunto sistemático de costumbres que rigen el fuero interno del individuo, aunque esas costumbres puedan variar como valores subjetivos de una época a otra, así como de un espacio a otro. Si la ética refiere a las costumbres relacionadas con la profesión y el desempeño de un trabajo, la moral se vincula al actuar individual de acuerdo a los parámetros adquiridos dentro de un grupo más o menos homogéneo, críptico, cultural. Los temas moralistas, aunque subjetivos y pertenecientes a un grupo, son susceptibles de ser considerados como argumentos dentro del ámbito que discutimos en el terreno de la fe.
La Biblia es un libro apasionante para muchos, aunque para otros puede resultar aburrido. Eso es como leer El Capital de Marx o Las Mil y Una Noches. No sabemos quién puede interesarse más por uno que por otro, no sabemos las razones que nos mueven a preferir al uno en vez de al otro. Mas como quiera que acá solamente vayamos a tratar argumentos derivados de la Biblia espero no resultar aburrido para los que no les gusta el tema, por lo que sugiero verlo como algo curioso, cultural, de índole intelectual. Para el otro grupo de personas, aquéllos que buscan evidencias en un texto que consideran sagrado, este tipo de lectura les pudiera resultar más apasionante. No hay garantías, solamente que la palabra atrae a algunos en su organización discursiva, a otros repele, a otros instruye.
En todo caso será un punto de vista más acerca de este tema de siglos sobre un libro de siglos. La Biblia es un libro que fue escrito a lo largo de 1.600 años por cerca de 40 autores de diversa índole intelectual y ocupacional. Autores que no se conocieron todos entre sí, como resulta obvio por el tiempo que tomó el libro en construirse, pero que además no tenían a su mano todos los otros libros que les precedieron y que forman parte de la compilación bíblica. Tampoco sabían cuando escribían que todo lo escrito por ellos iría más tarde a constituir un gran conjunto de libros compilados en uno solo, bajo el nombre dado por la costumbre de escribir fundamentalmente con la tecnología del papiro. El papiro es una planta que se conseguía muy fácilmente en un puerto sirio llamado Byblos. De allí el nombre Biblia que en un principio le dieron los judíos antes de Cristo para denotar a los libros del Pentateuco. El papiro no fue el único material de escritura utilizado, pues estaba también el pergamino (material de cuero animal), las tablillas de cera, la vitela, que era fundamentalmente cuero de ternero, las tablillas de arcilla -muy baratas y muy durables, aunque éstas requerían más trabajo para tallarlas. Toda esta actividad escrituraria se hacía acompañada con sus respectivos instrumentos de escritura, como la pluma, el cincel, el estilete metálico y la tinta elaborada con implementos generalmente extraídos de la tierra.
No era nada fácil escribir un libro a lo largo de la época de 1.600 años; tampoco era fácil hacerles copias a sus partes y guardarlas en sitios seguros. Pero todo iba teniendo una metodología que se seguía simplemente por la convicción de quienes en eso se ocuparon, porque trabajaban con escrituras inspiradas por Dios.
Esa Biblia fue copiada y guardada más tarde en los conventos, custodiada en las iglesias y atada con cadenas a los púlpitos en plena edad media, de manera que los fieles no tenían acceso a ella, sino solamente los lectores del oficio religioso. Por eso se leía lo que se quería y se interpretaba como se quería. No fue sino hasta el siglo XVI cuando aparece por un lado la imprenta y Gutenberg logra publicar 165 ejemplares de la Biblia, su primer libro en la imprenta que él perfeccionó. Años más tarde, Martín Lutero, el gran reformador del protestantismo, alcanza a traducir la Biblia al Alto Alemán, su lengua o su dialecto-como se le decía antes-, y logra el milagro cultural: la Biblia por primera vez en una lengua no clásica ni críptica para el pueblo alemán, en este caso, editándose poco más de 100.000 ejemplares del texto en lengua teutona. El otro milagro que logra Lutero es que, por influencia de la edición de la Biblia traducida por él y bajo la influencia de la creciente fuerza política y moral del nuevo cristianismo reformado, se convierte el Alto Alemán en la lengua oficial de Alemania, hasta nuestros días.
Se añade a estos hechos singulares el que también trata de un único tema, muy a pesar de sus 40 autores y de los 1.600 años de composición, y a pesar de que fue escrita en 3 lenguas distintas: Hebreo, Arameo y Griego. El Antiguo Testamento se escribió fundamentalmente en hebreo, pero una parte importante en arameo. El Nuevo Testamento se escribió en griego, lo que se llamaba el griego koiné, una suerte de forma dialectal más popular. Pero el Nuevo Testamento consta de cerca de poco más de 2.000 palabras distintas. El tema único de toda la Biblia es la salvación o redención que Dios hace del hombre. Podemos creerlo o desecharlo, ponerlo en duda o investigar más. Como cada quien cree lo que quiere creer, en el decir de Demóstenes, hay un grupo considerable de personas que creen que lo dicho allí es veraz.
Uno de sus temas fundamentales es la Predestinación que en ocasiones se nos muestra difícil de entender y de aceptar, por lo que optamos por dejarlo a un lado, asumiendo siempre alguna otra postura. Mi interés en este primer momento consiste en tratar de demostrar que el hecho del rechazo a esta doctrina de la Biblia, doctrina que por demás está expuesta desde Génesis hasta Apocalipsis, obedece a un temor inconsciente de presentar a un Dios que a todas luces parece injusto. Un Dios que elige de antemano quién será salvo y quién será condenado no parece ser un Dios justo en la perspectiva de los humanos. Y no lo es. Por eso dije ´en la perspectiva de los humanos.´
El problema se resuelve o se acrecienta cuando valoramos las otras posibilidades existentes al margen de esta doctrina. Una de ellas consiste en suponer que por la vía de su omnisciencia Dios conoce de antemano quién será y quién no será salvo. Eso nos lleva al Dios mago, al prestidigitador, a aquél que a manera de psíquico puede mirar en una bola de cristal el destino de los hombres. Sin embargo, si así fuera sería igualmente injusto. Le preguntaríamos ¿por qué pues inculpa? Ya que al hacer una creación con la posibilidad de que alguien se condene continúa en el banquillo de los acusados, pues si ya sabía por la vía de su omnisciencia que mucha gente iría a parar al infierno no tuvo que haberla creado, habiendo podido evitarlo.
La otra posibilidad que se esgrime es que Él no quiere saber nada de lo que va a pasar en la humanidad. Hizo al mundo y en él al hombre, le dio un sistema de leyes morales para que el hombre se comportase como debería hacerlo, pero Él se alejó y espera el fin. Ese Dios es negligente, descuidado, y sigue sin mostrar mejor atención a su creación. Pero hay otro grupo que cree que Dios dio libertad al hombre para que decidiera, o bien a su favor o bien en su contra. De esta forma el hombre es libre y Dios está supeditado a su libertad; Dios ya no es libre sino que delegó dicha libertad en manos de la soberanía del hombre. Se pretende asumir que el Creador de todas las cosas creó un sistema normativo como Legislador Supremo y voluntariamente se sometió a su propio sistema, delegando en el hombre la capacidad de elección. Esta doctrina tampoco lo exime de sentarse en el banquillo nuevamente, pues siempre hay gente que se condena porque no puede cumplir con el sistema moral de su legislación.
Hay otro grupo que supone que todos al final de las edades van a salvarse, partidarios de la doctrina universalista, y proponen paralelamente que un Dios de amor no puede sucumbir al error de condenar a las criaturas que no pidieron nacer en este mundo calamitoso, por lo que serán rescatados del castigo eterno. Esta tesis suena más humanista y más antropocéntrica. Pero le volvemos a acusar por ser un Dios mentiroso, ya que en sus escritos no hizo más que hablar del infierno eterno para las almas corruptas e irredentas. Y con un Dios mentiroso no hay garantías de que ese sistema pueda mantenerse como una promesa válida.
Un sistema diferente a los anteriores me dice que la Biblia es una soberana mentira, que no hay ni cielo ni infierno, que no puede haber un Dios personal, sino tan sólo una fuerza eterna que nos subsume cuando nosotros morimos. Es el Dios de la Nueva Era, un Dios Fuerza Eterna, Energía Cósmica, que no resuelve mi problema existencial en este planeta; al contrario, me sumerge en la honda soledad y oscura tiniebla del hacer cotidiano o dasein del que hablara Kierkegard. Ese Dios me lleva a la perspectiva más angustiosa del existencialismo ateo de Jean Paul Sartre, quien concibió a la vida como un rayo de luz en medio de dos eternidades de tinieblas. Entonces, con tantas perspectivas posibles queda una duda. ¿Y si es verdad lo que nos dice la Biblia? Esa es una posibilidad al menos, una posibilidad digna de ser valorada. Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39).
César Paredes
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